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Dejar de fumar

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¿Sabes de esas veces en que te dices hoy es el día ideal para dejar de fumar? Pues esta no lo fue. Y eso que se daban todas las circunstancias para intentarlo. Casa nueva, vida nueva en un chalecito adosado en Pasaje del Saceral nº 2, con un minúsculo jardín en la parte delantera y otro un poco mayor en la parte de atrás; y lo más importante: una alergia de caballo que me impedía respirar en esta época del año y que convertía cada cigarro en una inyección letal. Allí, Hommer, mi fiel Border Terrier, descubría los placeres de la vida fuera de un piso. ¿Que cómo es un Border Terrier? Digamos que para alguien que no entienda mucho de perros es lo más parecido a un chucho. Pelaje duro, tamaño mediano a pequeño y cara de presidiario.

Para mayor interés:

1. “Puffy” en “Algo pasa con Mary“

2. “Toots”, el co-protagonista en “Lassie”.

3. En el regazo del Viejo Monty en “La matanza de Texas”

4. “Toto” en la película de 1985 “El mago de Oz, un mundo fantástico”

Pero, para no salirme del tema, volveré a esa aciaga mañana en que salí de mi nueva casa para dirigirme a la oficina. Una silueta se recortó delante del sol que asomaba al final de la rampa del garaje, interrumpiéndome el paso. Ya sabes: embrague, acelerador, embrague, acelerador…

Era mi vecino de Pasaje del Saceral nº4. Compartíamos linde, muro de vivienda y por lo visto un problema. Me dio, eso sí, la bienvenida a la comunidad de vecinos y una amistosa advertencia.

—Tengo un gato de angora con dieciocho años. Para mí, como un hijo. He observado que tienes un perro… ¿callejero?.

—Es un Border Terrier —aclaré.

—Hum… bueno… me da miedo que cruce la linde y entre en mi jardín. Ayatollah no es muy rápido y temo por su gracioso pelaje caramelo. Me llevan un dineral en la peluquería.

Le tranquilicé contándole que Hommer era un perro educado en la tolerancia. Luego nos despedimos y yo, por mi parte, encendí el primer cigarro de la mañana. A la mierda los planes del día.

Al día siguiente había borrado de mi memoria el encuentro cuando aquella silueta familiar volvió a taparme el sol a punto de coronar la cima de la rampa. Parece que el día anterior Hommer se había extralimitado en sus funciones de vigilante y se dedicó un buen rato a corretear a Ayatollah, hasta que este se encaramó a un tilo. Los ladridos se habían dejado oír en todo el barrio y mi vecino había conseguido expulsarle con una escoba de jardín. Por lo visto, mi pequeño ninja había luchado a brazo partido intentando conservar su presa. Daba fe de ello el mango de la escoba, ahora con aspecto de cepillo de dientes usado. Me deshice en disculpas, le juré que no volvería a suceder y me encendí el primero de la mañana, postergando un día más mi entrada en el inmaculado mundo de los exfumadores. A la vuelta ajustaría cuentas con Hommer y con mis pulmones.

Aquella misma tarde salí pronto de la oficina y me dirigí a casa antes de que se produjera un nuevo conflicto vecinal. Según parece las correrías de Hommer tenían lugar a la caída del sol, a la misma hora en que los leones inician el ataque de las gacelas. Antes, eso sí, compré un paquete de Marlboro Light en el bar que había frente a la oficina. Al llegar a casa aparqué el coche a unos veinte metros de la puerta, me acerqué sigiloso pensando que quizás podría sorprender a Hommer preparando el asalto, y me asomé por encima de la valla. Todo estaba en orden. Abrí con sigilo la puerta del jardín y me encontré a Hommer de sopetón, con el gato del vecino desvanecido entre sus fauces y una expresión en sus ojos que parecía decir: “Mira lo que tenemos para cenar, colega”.

Me agarré a la barandilla de la escalera que flanqueaba la entrada para no caer al suelo. Después de mirar hacia los lados, abrí la puerta de casa en cuanto mis manos me permitieron casar la llave con la cerradura. Entré, solté el maletín en el suelo y Hommer hizo lo propio con el cadáver del gato mientras jadeaba entusiasmado. Sobre el parquet yacía Ayatollah: Pelo largo color naranja (perdón, caramelo), apelmazado de barro y los ojos sin vida de color verde de un gato de angora muerto. Cogí a Hommer del collar y lo arrastré hacía la cocina mientras lo insultaba a gritos en voz baja. Le cerré la puerta y lo último que vi fue su cara confusa que me miraba como diciendo: “Se juega uno la vida para traer la manduca a casa y así es como se lo pagan”. Encendí un cigarro tras otro durante un buen rato, mientras caminaba enloquecido describiendo círculos por el salón. De pronto vi la luz. Aún estaba a tiempo. Había comenzado a anochecer y es posible que mi vecino no advirtiera la desaparición de su gato hasta dentro de unas horas, o con un poco de suerte al día siguiente.

Cogí al pobre animal que estaba lleno de sangre, barro y césped y lo llevé hasta el baño principal. Descolgué el mando de la ducha y procedí a lavarlo cuidadosamente. Utilice un jabón neutro sin olor para no dejar pistas. Sin parar de lanzar estornudos alérgicos, quité hasta el último rastro de sangre y barro. Lo saqué y lo tumbé encima del felpudo. Encendí el secador de pelo y procedí a peinarlo cuidadosamente. Empleé unos treinta minutos, pero el resultado fue espectacular: estaba precioso. Un hermoso ejemplar de gato de angora muerto. Lo metí en el armario del cuarto de baño, encendí otro cigarro y salí al jardín delantero a fumármelo.

Mientras tanto la noche se había echado encima y, en la casa del vecino, a través de la ventana del salón, se perfilaba su silueta viendo la televisión. Apagué el cigarro contra el suelo y cogí la escalera que utilizaba para alcanzar los libros de los últimos estantes. Abrí el armario del baño, agarré al gato y salí de la casa con la escalera en una mano y el bicho en la otra. Puse la escalera junto al seto, subí los peldaños y una vez arriba, sin pensármelo, me lancé con el gato al otro lado. La hostia fue de órdago, no hacía falta ser traumatólogo para prever una visita al fotógrafo del tobillo derecho; pero, ojo, el gato no sufrió ningún contratiempo, si tenemos en consideración que ya era fiambre. Me dirigí arropado por las sombras de la noche hasta la puerta del vecino y deposité con delicadeza el cadáver sobre el felpudo de la entrada. Cautelosamente volví sobre mis pasos, pero con los nervios no había reparado en que la escalera se encontraba al otro lado y que saltar el seto requería de otras habilidades. Nervioso pensé en encaramarme al muro de entrada, pero entraría en el campo visual del vecino que leía plácidamente su novela de cara a la ventana. Al final del seto había un viejo rosal que trepaba por la valla compitiendo con una hiedra. No estaba seguro de que pudiera aguantar mi peso, pero no me quedaba otra. Me encaramé a oscuras intentando no pincharme con sus aceradas espinas, pero, como siempre sucede con los rosales, las precauciones son inútiles. Una tras otra las espinas se me fueron incrustando en diversas partes del cuerpo mientras mi cuerpo subía y resbalaba a partes iguales.

El ultimo tramo era aún más delicado, porque el tronco del rosal se adelgazaba perdiendo robustez. No sé cómo hice una pirueta apoyando el estómago en el borde de la valla como si fuera un faquir, y conseguí caer dentro de mi jardín al tiempo que me llevaba una docena de espinas de recuerdo. Me desplomé en rarísima postura sobre el tobillo dañado. Tan es así que aún hoy me pregunto si el tobillo me lo rompí a la ida o a la vuelta. Una vez en casa, me sentí como debe sentirse un violador después de enterrar a la víctima producto de su crimen. Me encendí otro cigarro y me aticé un trago de whisky directamente de la botella. A eso de las tres y media, gracias a diez cigarrillos y a unos cuantos whiskys más conseguí pegar ojo. Durante la noche tuve pesadillas en las que aparecía la policía interrogándome acerca del robo de un tigre de bengala en el zoo.

Sonó el despertador a las siete y con una descomunal resaca me duché, me puse el traje, bebí a morro (esto se estaba convirtiendo en una costumbre) de una botella de zumo de piña y caminé cojeando a través del jardín hacia la puerta de entrada del recinto en busca de mi coche aparcado fuera. Abrí la puerta y allí estaba mi vecino esperándome. Me quedé paralizado. En su cara había una extraña mirada perdida, ausente…

—Vecino —me dijo—, tenemos que hablar.

Balbuceé algo parecido a un “…blar”.

— Es muy serio.

—Yo… te puedo explicar…

—Esto no tiene explicación.

Al interrumpirme, vi sus pupilas dilatadas . No quería oírme, era él quien necesitaba ser escuchado.

— Ayer atropellaron a Ayatollah. Por supuesto los muy canallas se dieron a la fuga. Rodrigo, el vecino del numero 8, me lo trajo a casa —aquí le tembló la barbilla— y juntos abrimos una fosa en mi jardín para enterrarlo. Rezamos una pequeña oración juntos y tapamos el agujero, con un tepe de césped. Sin embargo, anoche me pareció oír unos ruidos raros en el jardín. Y cuando salí a comprobar—aquí su voz se estremeció— lo encontré sobre el felpudo de la entrada.

Su ánimo se derrumbó mientras posaba su mano izquierda sobre mi hombro.

—Todo…, todo limpito. Con su precioso pelo caramelo lustroso y brillante como si una mano celestial me lo hubiera devuelto desde el otro lado.

Cuando levantó la cabeza buscando en mí un gesto de comprensión, me encontró con los párpados cerrados. Los abrí lentamente suspirando, metí mi mano en el bolsillo, saqué un paquete de Marlboro y lo tendí hacia él:

—¿Un cigarrillo?

FIN

Un vaso de gaseosa

un vaso de gaseosa

Comenzaré por decir que, al contrario de lo que pueda parecer, en Puente-Genil el barrio bajo es el barrio de la gente con posibles; y el barrio alto, el barrio obrero y humilde.

Y en el barrio bajo vivían las Montero, dos hermanas solteronas y muy piadosas que dedicaban sus horas a acudir a todos los oficios y a enseñar a leer, escribir y bordar a niños del pueblo con pocos recursos. En realidad nadie sabía muy bien de qué vivían, porque no cobraban nada a los padres. Las dos beatas habían habilitado en el salón de su casa una pequeña escuela con seis o siete pupitres, y en la sala contigua tenían un pequeño taller de costura donde las niñas aprendían los rudimentos de la aguja. Las Montero adoraban a su único sobrino: José. Este y su mujer Isabel eran una joven pareja que comenzaba a abrirse camino en la vida. Dos días antes se habían mudado precipitadamente desde el barrio alto hasta la casa de ellas, porque había corrido el rumor de que iba a ser bombardeado por los nacionales. Tuvieron el tiempo justo de coger a sus hijas: Conchi, de cuatro años e Isabelita, de cinco meses y correr a casa de las tías de José. Las Monterolos recibieron con lágrimas en aquellos días marcados por el miedo. Ambas estaban en la lista negra de los milicianos, porque salían a la calle con los crucifijos colgados del pecho, como si de talismanes o corazas se trataran. Nadie se explicaba como aún no habían recibido un tiro en la cabeza, porque por mucho menos, en aquellos días, aparecían esparcidos por las aceras cadáveres desmadejados y huérfanos que nadie se atrevía a recoger.

Cuando el Frente Popular ganó las elecciones, las Montero, de acuerdo con el párroco de la iglesia de Santiago, habían escondido en su casa una talla de un Niño Jesús. Justo a tiempo, porque dos días después quemaron el interior del templo. Aunque habían sufrido un par de registros, los milicianos no dieron con él, a pesar de que permanecía casi a la vista en un armario de la clase donde se amontonaban muñecas viejas y material escolar. Las Montero decidieron dárselo en custodia a su sobrino José para que lo llevara a su casa del barrio alto, donde vivían los obreros, en su mayor parte afiliados a la UGT y a la CNT, y donde nadie haría registros. Y allá fue a parar, a una alacena que hacía las veces de armario, envuelto en ropa de cama que Isabel guardaba entre membrillos.

Como el bombardeo no llegó a producirse el día fijado, ni tampoco al día siguiente, José e Isabel decidieron volver a su casa para buscar más ropa que la que atropelladamente habían traído puesta dos días antes, y retornar lo antes posible a casa de las Montero, donde pensaban pasar al menos una semana más, ya que habían oído que los nacionales, con el Coronel Castejón al frente, estaban a punto de entrar en Puente Geníl. De ser así, pronto cesarían los bombardeos.

Era un día tórrido y seco de finales de Julio y las tropas rebeldes de África ya ocupaban buena parte de Andalucía. Cerca de las dos de la tarde José, Isabel y la pequeña Conchi atravesaron el umbral de su casa, notando el frescor de sus estancias, que habían permanecido cerradas y con la persianas bajadas. Nada más entrar, Conchi corrió ilusionada a su habitación para jugar con sus muñecas, Isabel se dispuso a preparar lo más rápidamente posible la maleta de ropa y José salió a buscar leche condensada para la pequeña Isabelita que una bodega del barrio dispensaba de estraperlo en la trastienda.

José las dejó solas a las tres en punto de la tarde. Apenas habían transcurrido 15 minutos, y cuando estaba a punto de cerrar la maleta con toda la ropa dentro, Isabel notó que las cuentas de cristal de una lámpara de mesa se agitaban, y un ruido como el ronquido de un animal emergió de alguna parte. En apenas unos segundos surgió el atronador sonido de los pesados motores de losJunkers alemanes. Unos segundos después los silbidos y las explosiones se escuchaban con claridad, primero más lejanas, y enseguida mucho más amenazantes. La niña, al oírlo, se refugió en las faldas de su madre. El terror hizo mella en Isabel y solo se le ocurrió apretujarse con la pequeña Conchi entre el armario y la pared, en un hueco estrecho donde abrazadas no se atrevían ni a abrir la boca, como si los pilotos de los Junkers pudieran oírlas.

Las bombas cayeron alrededor de la casa y las paredes temblaron como si todo fuera a venirse abajo. Isabel y la niña cerraban los ojos con fuerza como si el hecho de no ver el peligro, les fuera a proteger de lo que estaba sucediendo.

Poco a poco el estruendo desapareció y cuando prácticamente los aviones eran un rumor en la lejanía, oyeron los pasos apresurados de José en la escalera comiéndose los peldaños de dos en dos. Las encontró agazapadas en el suelo, en el estrecho hueco entre el armario y la pared. Se abrazó a ellas y sin decir palabra los tres se incorporaron listos para abandonar la casa. Antes de cerrar la puerta, José no pudo evitar pensar en el disgusto que se llevarían sus tías si dejaba la talla de madera a merced de futuros bombardeos, así que volvió a entrar y armó como pudo un hatillo donde la envolvió entre sábanas.

Salieron de casa. José llevaba el hatillo en una mano y con el otro brazo cargaba a la pequeña Conchi; Isabel portaba la maleta. Caminaban lo mas rápido posible para no permanecer mucho tiempo a merced de las patrullas. Cuando llevaban un buen trecho, José se percató de que a Isabel le costaba seguirle el ritmo con la maleta, así que intercambiaron los bultos. Ahora Isabel, con el hatillo, aligeró el paso. Apenas habían recorrido cien metros, cuando tres milicianos desde el fondo de la calle empinada les dieron el alto. Al aproximarse, uno de ellos, el único que iba montado a caballo le pidió a José la documentación, la revisó a conciencia durante unos segundos que se hicieron eternos y se la devolvió.

-¿Qué llevas ahí?—preguntó, señalando la maleta.

– ¿Ahí dónde?- contestó José.

-No me hagas perder la paciencia- dijo el oficial muy tranquilo, soltando las riendas y sacando una petaca con tabaco, como si aquello fuera a ir para rato.

-Nada, es solo ropa.

-Ábrela- ordenó sin mirarle, concentrado en el liado de un cigarrillo.

José la abrió y uno de los milicianos removió la ropa con la punta de la bayoneta.

-Hazlo bien, cojones- dijo autoritario, sin apenas alzar la mirada.

El miliciano soltó el arma en el suelo y se acuclilló para examinarla a conciencia.

-Nada, camarada- contestó al cabo de unos segundos.

-¿Has mirado bien?

-Sí, solo ropa… ¿registro a la mujer?

-Tranquilo. Espera un momento. ¿Adónde vais?- preguntó a José.

-A casa de unos familiares – respondió José-, acaban de bombardear nuestra casa.

El oficial se quedó un momento callado y miró a Isabel, a quién el corazón quería salírsele del pecho. El miliciano de a pie entendió que su jefe quería registrar el hatillo de la mujer y se lo arrancó de la mano. Comenzó a desatar el nudo que ni siquiera estaba muy apretado. El hombre a caballo se llevo el cigarro recién liado a los labios.

-Déjala, si vienen del barrio alto serán de los nuestros- dijo, agarrando las riendas e iniciando la marcha – ¡Salud!

-¡Salud! -respondió José, recogiendo la ropa esparcida y cerrando la maleta, mientras los milicianos retomaban su patrulla calle arriba.

Isabel, que estaba agarrada de la mano de la pequeña, se agachó para coger el hatillo que el miliciano había abandonado en el suelo y al incorporarse se desvaneció; y se hubiera golpeado contra el suelo si José no la hubiera cogido por el regazo. De la casa de al lado, apartando la cortina que daba sombra a la entrada, surgió una mujer .

-Pasad aquí dentro, rápido- dijo, oteando la calle.

Isabel, apoyada en su marido, consiguió llegar hasta el zaguán revestido de azulejos, se sentó en una silla y se llevó la mano a la frente en la que afloraban gotas de sudor, mientras José la abanicaba con su sombrero. Entre tanto, la mujer preparó un sobre de gaseosa que Isabel bebió despacio en aquel día caluroso, y sin mediar muchas más palabras se levantó y le regaló una mirada de agradecimiento a aquella mujer compasiva que los acompañó hasta la puerta. Un simple abrazo y un “gracias” sirvió de despedida. José , Isabel y la pequeña Conchi terminaron de recorrer el caluroso trecho que les separaba de la casa de las Montero.

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Aquella mañana, Antonio Benítez se levantó dolorido. Los camastros que había habilitado el Frente Popular en los despachos del ayuntamiento eran potros de tortura. Como si no hubiera buenos colchones en tantas y tantas casas de ricachones del pueblo como habían intervenido. Después de vestirse pasó más de dos horas repasando con Chacón y su gente de la CNT las listas de monárquicos, conservadores, votantes de la CEDA y falangistas del pueblo. De la mayor parte de ellos habían dado ya buena cuenta. En menos de 15 días había dado paseíllo al menos a 130 personas. Con Benítez no valían ruegos, lloros, regalos, ni corruptelas. Estaba decidido a llevar la revolución hasta el último rincón de la provincia y no iba a permitir que la derechona meapilascordobesa volviera a hacerse con el control de los enormes latifundios donde se explotaba desde hacía siglos a familias de jornaleros como la suya. Gente trabajadora, de los del “sí, señorito”, ya pudiera el señorito estar metiéndole mano a su mujer. Benítez era un afortunado, había estudiado, había salido del pueblo… trabajó en Córdoba en una sastrería durante 5 años y con lo que ganó y con unos ahorros de sus padres se fue pagando la carrera de derecho. Se habían reído mucho de él los jóvenes de buena familia con los que había cursado leyes. Por su vestimenta, por su habla… pero cuanto más se mofaban, más estudiaba para ser como ellos. ¡Mira tú! por el hecho de ser abogado, le habían nombrado teniente.

Después de despachar con Chacón y una vez decididos los próximos registros y sacas que harían durante la noche del jueves, pidió a un cabo que le ensillaran el caballo y salió con dos soldados a patrullar el barrio bajo. En el mes de Julio, cuando la temperatura superaba sobradamente los 40 grados a la hora de comer, muchos vecinos aprovechaban esas horas desiertas para llevar y traer todo aquello que los milicianos no debían ver: ropa, dinero, incluso armas. Los de derechas creía que los milicianos, siendo gente despreciable y sin disciplina, a estas horas estarían comiendo, bebiendo o durmiendo la siesta.

Al doblar la Calle Aguilar y enfilar la calle Hornos, Benítez, desde el caballo, vio a un hombre con una mujer y una niña acarreando una maleta y un hatillo. No hizo falta decir nada, sus soldados sabían que Benitez paraba a todo bicho viviente y dieron el alto.

A estas alturas, Antonio Benítez, con solo mirar el rostro de los detenidos, ya sabía si estos ocultaban algo o no. Le bastó ver la cara de Isabel para comprender que llevaba algo en el hatillo. Además, un hatillo de ropa no inclina el cuerpo de quién lo porta hacia el lado contrario si no lleva algo pesado dentro. Estos pardillos estaban perdidos. Benitez se contrarió un poco porque esa misma mañana había limpiado y engrasado la puro, como llamaban los de uno y otro bando a la pistola Astra 400, y conjeturó con la posibilidad de hacer uso del fusil de alguno de sus soldados para darles matarile ahí mismo. Pero antes había que hacer el papelón.

Antes de registrar la maleta, le pidió la documentación al hombre… José Rodríguez Montero, leyó. Hum… Montero… como las viejas beatas de la escuela para niños a solo unos metros de allí. Las Montero… las santurronas… Hacía días que Chacón, el de la CNT, le presionaba para que las detuviera; esas viejas eran una provocadoras, no solo se les oía rezar el rosario desde la calle, sino que había corrido el rumor de que ocultaban la talla de un Niño Jesús de la iglesia de Santiago. Aunque ningún registro había podido demostrarlo. Chacón, que no era del pueblo, no entendía a que venían tantos remilgos con aquellas dos ancianas.

Antonio Benítez miró a Isabel, convencido de lo que llevaba en el hatillo. Después volvió a mirar a José y lo recordó de crío, con su misma edad, entrando en la clase de Las Montero para saludar a sus tías con un beso, y rememoró la alegría con que estas lo recibían. Se desenterró a si mismo de su memoria, con 6 años, con los dedos pequeños manchados de tinta y la planilla con la letra f mayúscula que tanto le gustaba dibujar y el “muy bien” de Las Montero, al tiempo que anunciaban en voz alta: “fijaos bien, niños, fijaos en lo bien que lo ha hecho Antonio Benitez; algún día será un gran abogado”.

Antonio Benítez obligó al miliciano a registrar a conciencia la maleta para que ninguno de los suyos pudiera acusarle de que no encaraba sus obligaciones con el cuidado que requerían. Llevó la farsa hasta el momento decisivo en que uno de sus soldados comenzó a desatar el hatillo de la mujer.

-Déjala, si vienen del barrio alto serán de los nuestros.

FIN

El mejor relato de Jack London

jack londonLas muertes concéntricas (PDF)

Creo que «Las Muertes Concéntricas» es —a pesar de ser solo un relato, y bastante desconocido, de Jack London— su obra maestra. Cabe en él todo el discurso utópico y proletario de los socialistas de finales del XIX; es un relato lleno de suspense que no te abandona hasta el último párrafo —con ese ritmo ágil de London, que jamás se permite el lujo de aburrir al lector—; pero sobre todo es tremendamente filosófico, como toda su obra. «De lo barato, la vida es de lo más barato» dijo y a partir de ahí quiso cambiarlo todo y salir del pesimismo.

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Leí este oscuro relato en los 80, editado por Siruela, cuando el hijo más interesante de la Duquesa de Alba creó esta magnifica editorial y lanzó la colección titulada La Biblioteca de Babel, prologada íntegramente por Borges. Dio título a una recopilación de cinco relatos que serán otras tantas pruebas de su talento. «The Minions of Midas» es el título original del relato aunque yo hubiera preferido que hubiera sido traducido literalmente como «Los Sicarios de Midas».

La historia detalla el mecanismo despiadado de una sociedad de anarquistas, pero hay un componente de justicia social latente que te hace sentir complaciente con sus fechorías. Leerlo hoy es vivir el 11-M y la crisis griega, es la misma naúsea de la cifras que aseguran que el poder económico se concentra cada vez más en menos personas y que los sueldos de nuestro país, no paran de caer dentro del PIB nacional desde los años 70.

Os recomiendo encarecidamente su lectura.

Ongi etorri Donostia

Ongi etorri Donostia. Presentación del thriller político Ongi etorri en la libreria Garoa.

PRESENTACION DE ONGI ETORRI EN DONOSTI

El sábado 29 de noviembre, a las 19.00 h., presentaré Ongi etorri en la librería GAROA en la calle Zabaleta, número 34. Disfrutaremos de un vino muy especial y de la actuación musical de Albert Cavalier. Por supuesto estás invitado.

presentacion novela

Patricia Highsmith, única e irrepetible.

patricia-highsmith

La «auténtica» Patricia Highsmith.

No voy a ocultarlo. Soy un fan absoluto de la obra de Patricia Highsmith. A pesar de tener entre mis preferencias a muchos escritores hombres, he de reconocer que cuando una escritora me gusta, me gusta de forma compulsiva. Muy pocos autores han creado personajes tan inquietantemente psicóticos como ella. Lo es el “Bruno” de “Extraños en un tren” y lo es, más que nadie, el joven “Mr Ripley”. Si alguien sabe hurgar sin asomo de repulsión en las ciénagas de nuestro cerebro es ella. Le separan muchas cosas de la otra gran escritora de novela negra “Agatha Christie”. A su lado, la obra de “Cristhie” esta llena de moralina.
patricia-highsmithLa imagen que la mayoría tenemos de Patricia Highsmith es la de una señora mayor, con cara de mala leche. Yo prefiero quedarme con la Patricia frágil que escribió su primera novela “The click of the shooting”, con 22 años. Aquella a la que su madre confesó que bebió aguarrás para malograr su embarazo. La que fue consciente de su lesbianismo en la puritana América de los 50.

JIM THOMPSON. EL MAESTRO DE LA NOVELA NEGRA MODERNA

JIM THOMPSON. EL MAESTRO DE LA NOVELA NEGRA MODERNA.

Su padre, James Sherman Thompson, era un adinerado sheriff corrupto del condado de Caddo en Oklahoma; se presentó a las elecciones para el congreso por el partido Republicano y fue derrotado el mismo año que nacía el pequeño Jim. A continuación huyó a México para evitar problemas legales por malversación de fondos públicos. Era un hombre alocado, jugador compulsivo, que hizo una fortuna en el petróleo y la dilapidó rápidamente.

El futuro escritor tenía parte de sangre india cherokee por su madre, una maestra, y vivió su infancia en Oklahoma City y en Burdell, estado de Nebraska, de donde eran los abuelos maternos del escritor. Allí estuvo dos años mientras su padre estaba huido, bajo la influencia de su abuelo, quien lo inició no sólo en la lectura de los clásicos (los griegos, FreudKarl MarxDon QuijoteLos Viajes de Gulliver), sino también en sus primeras experiencias de adolescente con el tabaco y el whisky.

En 1919 el padre se consagra a la extracción de petróleo y toda la familia se traslada a Fort Worth, en Texas, donde permanecerá diez años entre la súbita riqueza y una no menos súbita pobreza, que al fin domina a la familia cuando quiebran los negocios petrolíferos del padre. Debe, pues, ponerse a trabajar muy joven en 1921 en la redacción de un periódico y a escribir relatos, especializándose en la temática criminal, con ayuda de su madre y su hermana, que le buscan casos reales que el muchacho reescribe. En 1923 se pone a trabajar además en un hotel como botones. En 1925 las complicaciones de una tuberculosis, el estrés de un trabajo intensísimo y el alcoholismo le obligan a convalecer a duras penas y empieza un largo vagabundaje de un empleo a otro en Texas, frecuentando los campamentos de vagabundos y conociendo los bajos fondos. Hace amistad con el legendario cantautor Woody Guthrie y por entonces conoce a un sheriff adjunto que será, junto con su padre, el modelo para los sherifs de futuras novelas del escritor. Trabaja como obrero de la construcción, como bracero y en un oleoducto, y todos estos y otros trabajos dejarán huella en su obra. Jim, pues, no pudo tener una escolaridad normal y siempre se resentirá por ello.


En 1928 vuelve a Fort Worth; en 1929 escribe relatos de temática criminal documentados en casos reales que le suministra su madre; los publica en Texas Monthly; retoma su trabajo como botones en un hotel; como vende alcohol durante la prohibición, tiene algunos problemas con la ley y, al mismo tiempo, con los mafiosos, puesto que la policía le ha requisado sustock de botellas, por lo que tiene que huir de Fort Worth precipitadamente. Es la época de la Gran Depresión y se refugia en Nebraska, en cuya universidad en 1930 empieza a estudiar Agricultura; al mismo tiempo trabaja en una pastelería-panificadora y también se dedica a las ventas a plazos. En 1931 conoce a una telefonista católica que será su mujer, Alberta, y se casan ese mismo año en MarysvilleKansas. Tiene en los años sucesivos varios hijos. Se queda sin trabajo y debe abandonar la universidad. Son los años duros de la Gran Depresión; lee a Karl Marx y en 1936 ingresa en el Partido Comunista Americano, más por buscar buena conversación que por otra cosa, pero lo deja en 1938; por ello será denunciado en 1951 durante la Caza de brujas del senador Joseph McCarthy. En 1938 dirige el Writer’s Project de Oklahoma, cargo del que dimitirá en 1939. La mujer de Thompson obliga a su marido a someterse a una operación para esterilizarlo.

En 1940 una subvención de la Fundación Rockefeller a través de la Universidad de Carolina del Norte para escribir un libro sobre la construcción permite cierto respiro económico a los Thompson, que ya tienen tres hijos: dos niñas, Patricia y Sharon James, y un niño, Michael. Este trabajo obliga a la familia a trasladarse a San Diego, California, en 1941; antes debe internar a su padre en un pequeño sanatorio de Oklahoma City. El proyecto sobre el libro acerca de la construcción es cerrado y se queda sin trabajo. Vuelve pues a buscar trabajo eventual en una fábrica de aviones.

Marcha a Nueva York a abrirse camino como escritor; de paso visita a su padre en el sanatorio y le promete sacarle de él en el plazo de un mes; en Nueva York escribe en menos de dos semanas una novela, en jornadas de veinte horas de trabajo, pero es ingresado por alcoholismo y al salir se entera de que ha pasado el plazo de un mes y su padre se ha suicidado. Entre 1942 y 1949 publica varias novelas en tapa dura y trabaja como reportero en el San Diego Journal y en el Los Angeles Mirror. En 1951, un guionista denuncia a James Thompson como comunista. En 1952 inicia su colaboración con la editorial neoyorkina de bolsillo Lion Books, dirigida por Arnold Hano, que fue también uno de sus mejores amigos: para ella escribe doce novelas en dieciocho meses.

En 1955 inicia su actividad como guionista cinematográfico y realiza el guion de Atraco perfecto, de Stanley Kubrick; también colaborará con él en Senderos de gloria. Asimismo fue autor de la idea original en que se inspira la serie policiaca televisiva Ironside. En 1956 la familia se traslada a Los Ángeles, en parte para evitar las expansiones alcohólicas y las aventuras amorosas del escritor en Nueva York. La mujer del escritor se niega a divorciarse. Por entonces publica numerosos relatos policiacos en diversas revistas y novelas en la editorial Signet Book. En años sucesivos publicará además novelas con el sello neoyorkino Fawcet. Empiezan a realizarse adaptaciones cinematográficas de sus obras, como La huidade Sam Peckinpah, con Steve McQueen.

En 1970 viaja a París con la intención de quedarse; su estancia es bastante revoltosa y alcohólica; su novela 1280 almas recibe el honor de ser la que la editorial Gallimard publica con el número 1000 en su prestigiosa Série Noire; su esposa consigue que retorne a Estados Unidos con una mentira (le cuenta que su hijo ha intentado suicidarse). En 1975, Jim Tompson, muy disminuido físicamente, se encuentra prácticamente incapacitado para escribir, pero aparece como actor secundario en Adiós muñeca, film dirigido por Dick Richards, gracias a su amigo Jerry Bick, que le consigue ese empleo para paliar en parte sus estrecheces económicas. Poco antes de morir en 1977, le dice a su mujer que guarde los manuscritos, pues sabe positivamente que dentro de diez años sería un escritor revalorizado; en efecto, así fue. Se suceden las reimpresiones y traducciones de sus obras, que son incesantemente adaptadas al cine. Actualmente Jim Thompson es considerado el tercer gran novelista del subgénero negro dentro de la novela policiaca, al lado de Dashiell Hammett y Raymond Chandler.

LAS 20 NOVELAS NEGRAS MAS LEIDAS DE LA HISTORIA (PARTE 4)

No están incluidas en esta selección ninguna de las novelas negras de escritores vivos. Todas ellas son clásicos. Escritas hace ya mas de 20 años simbolizan el legado de los pioneros. Son los más refinados ejemplos de misterio de estas dos décadas.

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16. “Ocho millones de maneras de morir” de Lawrence Block (1982)

Lawrence Block, nacido el 24 de Junio de 1938 en los Estados Unidos es un reconocido escritor de novela negra (generalmente acompañada de grandes dosis de humor) internacionalmente conocido por sus dos sagas de ficción cuya acción se desarrolla en las calles de Nueva York: La del investigador privado y exalcohólico Matthew Scudder y la del ladrón de refinados modales Bernie Rhodenbarr. Block fue nombrado Gran Maestro por la Asociación de Escritores de Misterio estadounidense en 1993.

Sinopsis: Al detective Matthew Scudder sólo la bebida le ha mantenido apartado de la cruda realidad en sus escasos momentos de lucidez. Pero Scudder deberá enfrentarse nuevamente a la vileza de la gran urbe cuando la joven e ingenua Kim, una prostituta que perseguía un sueño, es brutalmente asesinada. Entonces la vida de Scudder se volcará en la resolución de tan horrendo crimen, aunque sea la última buena acción que haga en vida. Descarnada novela policíaca de uno de los más reconocidos maestros del género, protagonizada por su detective fetiche. Publicada originalmente en 1982, Ocho millones de maneras de morir fue posteriormente un éxito en la gran pantalla gracias a una versión cinematográfica protagonizada por Jeff Bridges en la piel del detective Matthew Scudder.

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17. “Cuando el antro sagrado cierra” de Lawrence Block (1986)

“Cuando el antro sagrado cierra” es otra de las novelas protagonizadas por  Matthew Scudder. Esta basada en el relato “By the Dawn’s Early Light”, y publicada cuatro años después de la anterior. En ella resucita el interés de Block en su famoso personaje y lidera el primero de 10 títulos más con el detective como protagonista. El título del libro deriva de la canción “Last Call” de Dave Van Ronk .

Sinopsis: Como casi todas sus novelas negras con Matthew Scudder, esta comienza con Scudder dándole duramente a la bebida y resolviendo crímenes como detective privado “no oficial” en Nueva York. A pesar de los múltiples asesinatos, misterios ocultos y dinero desaparecido la trama rodea la lucha de Scudder contra su adición. Cuando el antro sagrado cierra es la novela que más y mejor ha descrito, tratado, contado y transmitido el mundo del alcohol, la noche, los bares, las copas, la soledad del bebedor de fondo, los compañeros de farra, las borracheras, las resacas, las lagunas en la memoria…

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18. “Miami Blues” by Charles Willeford (1984)

Con 8 años, en 1927, quedó huérfano (la tuberculosis se llevó a sus padres). Con 12 escapó de la custodia de una abuela para pasarse dos años saltando clandestinamente de tren en tren con los que cruzó los estados sureños más castigados por la Gran Depresión. Mintió sobre su edad para poder alistarse con 16 años en el ejército, iniciando dos décadas en las que fue entrando y saliendo de sus filas. Durante este tiempo fue conductor de camiones y cocinero en Filipinas, encargado de caballerizas en Monterrey, se le condecoró con un Corazón Púrpura por sus servicios al frente de una división de tanques en la Batalla del Bulge y dirigió una emisora radiofónica castrense en las islas Kyushu de Japón.  Tardó 65 años en saltar al estrellato con Miami blues y empezó a ganar dinero en abundancia cuatro después, el mismo año de su muerte.

Sinopsis: Frederick J. Frenger Jr., un simpático y peligroso psicópata que acaba de salir de una prisión deCalifornia, aterriza en el aeropuerto de Miami dispuesto a pasárselo bien en la soleada Florida. Desde su llegada, va dejando tras de sí el rastro de sus salvajes ganas de «diversión». Todo cambiará, sin embargo, cuando su camino se cruce con el del sargento de homicidios Hoke Moseley, un policía de mediana edad con una vida personal desastrosa y un aspecto físico deplorable, pero implacable en su trabajo. Puede que su dentadura postiza o su triste vida de divorciado hagan pensar lo contrario, pero jamás ceja en su empeño cuando se propone hallar y capturar a una presa. Sobre todo si ésta le ha robado la pistola, la placa y la dentadura.

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19. “Black Cherry Blues” de James Lee Burke (1989)

Nacido en Houston, Texas, en 1936, se licenció en Literatura Inglesa en la Universidad de Louisiana en Lafayette, con un master en la Universidad de Missouri. Trabajó en la industria del petróleo, como topógrafo y periodista, además de ser profesor de Escritura Creativa en la Universidad Estatal de Wichita. Dos de sus novelas han sido llevadas al cine, y ha obtenido numerosos premios.

Sinopsis: Cuando su amigo Dixie Lee Pugh le pide ayuda, Robicheaux no duda en acudir. Poco a poco va rompiendo los eslabones de una cadena que irónicamente le lleva a la compañía petrolífera donde trabajó su padre. Pero mientras presta apoyo a ese viejo amigo, él mismo se ve mezclado en un mundo de agentes federales corruptos y cantos de sirena de la mafia.

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20 “L.A. Confidential” de James Ellroy (1990)

James Ellroy, es un escritor estadounidense, autor de las novelas en las que se basan los éxitos cinematográficos L.A. Confidential y La Dalia Negra. Es uno de los más famosos escritores de novela negra contemporánea, así como también un escritor de “ensayos” o artículos dedicados a analizar y desglosar crímenes reales. Se caracteriza por poseer una narrativa “telegráfica”, la cual omite palabras que otros escritores considerarían necesarias o fundamentales, en otras palabras aprovecha la dureza y fuerza de la lengua inglesa para dar frases duras, cortantes y ambiguas. Decir mucho con pocas palabras como si la economía verbal fuese fundamental. Emplea mucho la llamada “aliteración” que es una figura literaria en la cual las frases riman unas con otras y son cadenciosa y repetitivamente subyugantes para el lector. Continúa la evolución directa de la novela policial que iniciaron Dashiell Hammett y Raymond Chandler en la década de 1930, caracterizada por su dureza; es el subgénero que los norteamericanos han denominado hard boiled. Sus libros se caracterizan por su oscuro humor y retrato de la Norteamérica autoritaria, racista y conservadora. Otro punto es el pesimismo que envuelve a los personajes, la decadencia y la ausencia total de esperanza. Ello explica el sobrenombre que se la ha dado como “Demon Dog of American Crime Fiction” (El Perro Demoníaco de la literatura policíaca de Estados Unidos).

LAS 20 NOVELAS NEGRAS MAS LEIDAS DE LA HISTORIA (PARTE 3).

Los años 60 y 70 marcaron el regreso del detective en las novela negras . Ross MacDonald se convirtió en el sucesor indiscutible de Chandler y Hammet. Sin embargo, muchos críticos consideran MacDonald como superior a sus predecesores debido a su caracterización de Lew Archer. Archer es más complejo e imperfecto. De John D. MacDonald, Travis McGee es uno de los grandes personajes de la novela negra y siempre será recordado con cariño. En muchos sentidos, McGee es el precursor de Robert Crais de Elvis Cole o Jack Reacher de Lee Child . La combinación ganadora de la personalidad afable de McGee y el estilo de escritura concisa de MacDonald convirtió a la serie en un best-seller instantáneo. Mi escritor duro favorito es James Crumley . A pesar de que viene de la tradición de Hammett y Chandler , la prosa cautivadora de Crumley se encuentra en un nivel tan alto que pocos podrán igualar.  Si eres un cínico y no te importa leer acerca de personas de la peor calidad, James Crumley es definitivamente tu hombre

la-piscina-de-los-ahogados12. “La piscina de los ahogados” de Ross Macdonald (1950)

Ross Macdonald, seudónimo de Kenneth Millar (Los GatosCalifornia13 de diciembre de 1915 – Santa BárbaraCalifornia11 de julio de 1983), fue un escritor estadounidense-canadiense de novela negra, célebre por haber creado el personaje del detective privado Lew Archer. Sus primeros libros son irregulares, pero destacan por el uso de la metáfora y por su similitud entre ellos, que los separa de una masa de literatura policial masiva; y de la primera época destaca Blue city, de 1947. El detective Lew Archer hizo su primera aparición en 1946 en la novela Find the Woman; y reapareció Archer en The Moving Target, en 1949. Esta novela, primera de una serie de ocho, formó el argumento principal del filme de Paul Newman Harper, investigador privado (1966). Lew Archer deriva su nombre del compañero de Sam Spade Miles Archer y de Lew Wallace, el novelista autor de Ben Hur. Macdonald fue el primer heredero del legado literario de Dashiell Hammett y Raymond Chandler como escritores de novela negra. Al estilo de sus predecesores añade algo de densidad psicológica y mayor diseño de los caracteres. Además, las tramas de Macdonald son más complejas y rondan siempre sobre lamentables secretos de familia; los hijos pródigos son tema recurrente. Inspirado por Francis Scott Fitzgerald, Macdonald escribió para los fanáticos del género y también para los críticos literarios. William Goldman llamó a sus novelas “la mejor serie de novelas detectivescas escrita por un autor americano”.

el-escalofrio13. “El escalofrío” de Ross MacDonald (1964)

Ningún autor de novela negra ha llegado a mostrar la profundidad psicológica de Ross Macdonald en la creación de personajes ni ha alcanzado la perfecta simetría de las historias de este maestro estadounidense. El escalofrío es una novela con una gran carga psicológica, que hunde sus raíces en el psicoanálisis sin máscaras ni subterfugios. Archer va dejando de lado las armas de fuego y los puños para afilar sus preguntas, indagar con su mente y su presencia invitadora y su paciencia y su deseo de saber qué motiva a querer y a odiar. Sus inquietudes son universales, sus procedimientos no tanto: la búsqueda de la verdad le expone al dolor ajeno, al padecimiento fuerte y concluyente de algunos que atesoran secretos y miedos a partes iguales, que lo manchan con sus dudas y sus actos no siempre perdonables. Archer, a diferencia del terapeuta, entra en las aguas del sufrimiento de quien habla y se expone ante sus ojos, Archer se compadece y toma un camino u otro porque apuesta por devolverle a alguien su buen nombre, porque le duelen las mentiras que dañan a los inocentes. Y, como no es un héroe, no siente que al caer el último velo ha triunfado: cada caso que se cierra es un nuevo mazazo, más leña en la hoguera de los odios y las insidias, las asechanzas y la crueldad humana.

 

adios-en-azul14.”Adios en azul” de John D. MacDonald (1964)

Escritor americano, John D. MacDonald escribió casi ochenta novelas policiacas, muchas de las cuales ambientó en Florida, protagonizadas por su personaje preferido, Travis McGee. Varias de sus novelas fueron llevadas al cine, destacando la película El cabo del miedo (1962).
Ganador del American Book Award de 1980, MacDonald fue nombrado Gran Maestro de la Asociación de Escritores de Misterio de América.

 

 

 

el-ultimo-buen-beso15.“El último buen beso” de James Crumley (1978)

James Arthur Crumley nació en Tree Rivers, Texas en 1939. Creció en el sur de Texas, su padre era supervisor de un campo petrolífero y su madre camarera.

C. W. Sughrue -ex oficial del Ejército, alcohólico y mujeriego- representa el arquetipo del investigador privado de la América posterior a la Guerra de Vietnam. De gatillo fácil y escasos escrúpulos, mientras trabaja en un bar de topless de Montana recibe el encargo de encontrar a un escritor en paradero desconocido. Sin que Sughrue lo pretenda, su búsqueda le llevará a interesarse por la desaparición de una joven diez años atrás en San Francisco. Esta nueva tarea, sin embargo, se convertirá en un intrépido viaje a las entrañas de una nación que sufre las consecuencias psicológicas de una guerra, con sus pesadillas y sus sombras aflorando a cada paso. Con su prosa elegante y un retrato sin concesiones de una sociedad en decadencia, El último beso honesto es una experiencia llena de trepidante acción, cruel ironía y crítica brutal al género humano. El sexo, el dinero, la corrupción, la violencia y las drogas se hacen un hueco en una fascinante historia donde lo más importante es dejar atrás el propio pasado